Inglaterra tiene nuevo Rey

Pablo Carretero Gómez
7 min readJul 17, 2023

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Carlos Alcaraz tras ganar por 7–6 el segundo set. (Getty)

Dicen que hacerse mayor es cumplir años y llegar a los 40, tener hijos, empezar a quedarse calvo o ir al parque a dar de comer a las palomas. No estoy de acuerdo. Hacerse mayor es encender la tele, ponerte a ver cualquier deporte y darte cuenta que los protagonistas son menores que tú. Gavi (2004), Carlos Alcaraz (2003) o Victor Wembayama (2004) ganan títulos, derrotan a los mejores y son escogidos en la primera ronda del draft cuando deberían encender la tele, ponerse a ver cualquier deporte y darse cuenta que los protagonistas empiezan a ser menores que ellos. A veces pienso que los deportistas no se hacen mayores. Algunos no llegan a los 40, otros tienen hijos a los 20 y a ninguno se le pasa por la cabeza ir a dar de comer a las palomas. Eso no va con ellos. Nada tiene sentido y a la vez todo lo tiene. Son elegidos.

Entre Carlos Alcaraz y Novak Djokovic se respiraba más igualdad que respeto. El mejor de la historia contra el mejor del mundo. Una lucha que comenzó en Roland Garros, donde Carlos sintió la presión, se acalambró y peleó, sin armas, hasta el final. En París, el murciano fue el fiel reflejo del hombre que lucha por cambiar su destino. Así como en tierra batida Alcaraz partía como favorito, en hierba el guion era distinto. A pesar de llevar los mismos sets en contra en el torneo (2), ‘Nole’ no perdía en Wimbledon desde 2017. 2.194 días reinando en el jardín de su casa. 4 títulos consecutivos y la sensación de que para derrotarle no bastaba un gran tenis, tampoco un gran partido. Perder ante Djokovic siendo mejor siempre es una opción. Antes del primer servicio la final pintaba a batalla para el recuerdo. De las que se cuentan una y otra vez en los libros. De las que se cuentan una y otra vez a los hijos.

Carlos entró muy mal al partido. Casi ni entró. Su tenis era pobre, agarrotado y desconfiado. Todo lo que no suele ser. Todo lo que no es. El partido y el rival le sobrepasaban, los juegos del serbio caían uno tras otro, a sus golpes, más que veneno y fuerza, les imprimía miedo. Y estoy seguro que los que no conocen a Charly cambiaron de canal. “Qué malo. Si estuviera aquí Rafa…”, pensarían. En el arranque del segundo set, el español, sin necesidad de toilet break, ya era otro. Entraba en pista, asumía riesgos, tocaba líneas, se animaba con las dejabas y empezaba a devolver todo en forma de ataque. Como dice Alejandro Arroyo, su bola media era insufrible. Sin estar a su mejor nivel y con unos porcentajes de acierto inferiores a la media, este tenista era reconocible. El Carlitos desacomplejado de siempre.

Pasada la hora y media de partido llegó el momento: el tie break. El tenis es un deporte extraño porque es el único donde se pueden jugar unos penaltis en medio del encuentro. De hecho, se pueden jugar varias tandas. El tie break es el lugar donde se forjan leyendas y caen los buenos tenistas. Y ahí, ante una leyenda, se paró Carlos Alcaraz. Ante el tipo que llevaba 15 desempates seguidos venciendo. El dueño de los momentos claves. El mejor villano de la historia. El murciano jugó los 14 puntos que duró el tie break con su versión más pura: valiente, agresivo, temerario. En la cuna del tenis, la elegancia y la pureza, Carlos no encontró otra forma de igualar el marcador que viajando a sus entrañas. Sacó su infancia, su adolescencia, se imaginó su vejez. Sacó de dentro El Palmar, Murcia, España. Sacó a Carlitos, su versión más pura.

El punto que reinició la final fue simple. Sirvió Djokovic, subió a la red y Carlos mandó su revés forzado al fondo de la pista. La de siempre. El único tenista que es capaz de atacar cuando se defiende. Y ahí, cuando la bola rozó la hierba, se detuvo ante las 15.000 personas que jaleaban y les pidió más. Llevó su mano a la oreja y sintió el calor. Necesitaba sentirlo. Era su momento. El momento de seguir, de volver a empezar. El momento que siempre soñó. El que siempre recordará.

El nacimiento del Rey en Londres. (Getty)

La película en el tercer set fue distinta. El director decidió que los protagonistas serían los mismos, pero intercambiarían los papeles. El giro de gion que todo cinéfilo espera con ansia. Para el serbio, la ligereza del primer set se convirtió en tensión, el polvo levantado en los primeros puntos del partido ahora eran gritos de out o golpes secos en la cinta. La bola le pesaba, como si una vez cruzaba la parte del campo del español se convirtiese en una de billar. Mientras Carlos seguía jugando a tenis, Novak lo hacía a pelota vasca. Todo era más pesado, más difícil.

26 minutos duró el juego más importante del partido. El que podía poner al serbio 3–2 en el segundo set, es decir, a 4 puntos de volver a igualarlo todo, o a Carlos 4–1, una distancia de esas que parece insalvable. Lo fue. Lo ganó el que mejor estaba jugando. El murciano golpeaba con seguridad porque confiaba en su juego. Alcaraz pedía una más porque sabía que llegaría y el serbio, en cambio, comenzaba a pedir una menos. El tercer set terminó 6–1, convirtiendo así a Carlos Alcaraz en el tercer tenista de la historia que vence un set al serbio por 6–1 en una final de Gran Slam. Los dos restantes son Rafa Nadal y Roger Federer. De esa magnitud hablamos. Le devolvió el marcador de la primera manga porque más que un chico de 20 años, golpeaba la rabia, el orgullo y el rencor del que sabe que ha sido humillado minutos antes. Otro se desconectaría, Alcaraz siente que se debe algo a sí mismo. Ganar o perder, pero jugar siendo yo.

Djokovic se fue. Pidió el polémico toilet break, como hace cuando las cosas no salen. Muchos se preguntan qué hara en el baño, y yo creo que nada. No hace nada. Se sienta y bebe. Quizás mea, porque ya que ha pedido ir al baño aprovecha. Pero nada más. Pedirlo es lícito porque el reglamento no lo prohíbe, otra cosa es que sea ético. Pero, ¿a quién le importa la ética en el deporte? ¿Y en la vida? El murciano respondió ante este gesto sin llegar a hacerlo. Se limitó a repetir lo de siempre: sentarse, beber, pensar en sus cosas, levantarse y esperar al rival.

A Djokovic no hay que matarle, porque resucita a los 3 puntos. Necesitas darle la mano en la red, que el juez de silla cante “game, set and match” y saludar a la grada. Alcaraz no pudo y el serbio se levantó. Cómo no iba a hacerlo. Siempre lo hace. Ganó el cuarto set y decidió que una final en condiciones debe tener quinto set. Carlos parecía estar de acuerdo. Cuando estaba a punto de acabar, el encuentro volvió a empezar.

En los dos primeros juegos de la última manga hubo un punto de break para ambos y en el segundo turno de ‘Nole’ llegó el hachazo. Derechas, globos, dejadas, voleas. Tenis. Carlos pasó a un Djokovic que subió a la red desesperado y se sucedieron las reacciones: el español volvía a llevarse la mano a la oreja y el serbio reventaba su raqueta. A ambos se lo pedía el cuerpo. Más que caprichos eran necesidades. Carlos no lo hizo por soberbia, sí por seguridad. Todo dependía de él y quería sentir calor. Quería jugar en Murcia estando en Londres. Novak no lo hizo por nervios, tampoco por desesperación, sí por vaciarse. No por rabia, por desquitarse de ella.

El último juego de la final tuvo de todo, pero sobre todo irreverencia. Varias dejadas, un globo, una volea, un gran saque y una derecha que ‘Nole’ no pudo devolver. Con aquel drive cambió la historia. Carlos seguía reescribiéndola. Cuando ganó se lanzó al suelo, pero poco duró sobre la hierba de Wimbledon. Saludó a Djokovic e inmediatamente después subió al palco. Abrazó a entrenador, padres, amigos y hermano. Charly sabe que sin ellos esto, más que no haber ocurrido, no tendría sentido. La familia siempre es lo primero.

Carlos Alcaraz ganó siendo fiel a su esencia: haciéndolo parecer simple y jugando como un distinto. Así es él, simple y distinto. Su segundo apellido nos lo deja claro: Garfia. Nadie se cree que el primer apellido de su madre sea Garfia. Es imposible. Será García, pero lo habrán adaptado para Carlos. Carlos Alcaraz García era demasiado simple. Carlos Alcaraz Garfia es simple y distinto. Perfecto para hacer historia.

Por más que el rey Felipe VI estuviese presente en la Centre Court, el único Rey legítimo fue Carlos. Un nuevo Carlos. El Carlos malo accedió al trono a la edad que otros abdican y el bueno, el nuestro, lo ha hecho cuando su edad marca que como mucho está para ser príncipe. El que pisó la hierba, el que bajó al barro cuando todo estaba en contra, el que derrotó al serbio en Wimbledon 2.000 días después, el único capaz de hacer parecer a Novak Djokovic un gran tenista cuando es el mejor. El Carlos bueno. Nuestro Carlos. Su Majestad Carlos.

Disfrutarás, Carlitos. Disfrutaremos contigo.

El momento. Su momento. (Getty)

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Pablo Carretero Gómez

"No deberíamos odiar a la persona que nos enseñó, mal o bien, a leer".